'La poesía es un retrato sin pudor de los huecos que dejan las personas en nosotros'. MC

lunes, 22 de julio de 2013

Y es que el amor eterno, amigo, el amor eterno sabe amargo.



Amargo, sí, y digo amargo no porque no me guste
de veras,
digo amargo, porque la amargura es un sabor difícil
difícil  de describir, difícil  de saborear.
Amargo.
Difícil de decir, de mezclar con otros sabores
Difícil de encontrar.
Sólo en el hueso de la almendra, la rúcula, el diente de león, el café, la cerveza, la mostaza china, el licor amareto...
En fin, en pequeñas delicias a prueba de bocas caprichosas
¿No te suena eso? es como el amor eterno
que sólo se encuentra en pequeños detalles
¿No ves, de veras, que el sabor amargo se asemeja al amor?
porque se pega en el paladar y, de verdad amigo, que cuesta despegarlo.
Porque siempre nos sorprende en la calle y en las ensaladas,
en la cama y en el chocolate sin azúcar
Ambos llegan con el mismo traspiés
con la misma tormenta en la cabeza.
Porque nadie va buscando continuamente ni amor eterno, ni sabor amargo
y en cambio, cuando se encuentran, se reciben con la misma pausa de asimilación que precede al instante de la muerte, a la torpe forma con que descubrimos que estábamos soñando
breve mueca, entre sonrisa y sonrisa disimulada
Ves, amigo, como me gusta el amor eterno,
me gusta porque no sabes que es eterno hasta que un día me muero y resulta que tú sigues a mi lado,
agarrando mis ojos fríos con los tuyos
atrapando los recuerdos bajo el dosel de nuestra cama.
Una sorpresa del tiempo, de los sabores de la vida.
Porque la eternidad no dura más de un día, de un segundo
de este segundo
ves, como el sabor amargo cuando el licor amareto deja su hueco vacío en la copa
la eternidad ya ha pasado y nuestro amor sigue.

domingo, 21 de julio de 2013

Las puertas se abrieron y la vida se bajó del tren.

Qué fuerte sonaban mis tacones azules sobre las baldosas grises de la vieja estación de trenes.
Era invierno y las frías puertas verdes chirriaban más de lo normal. En los cristales empañados aún quedaban restos de pequeños dibujos que los viajeros aburridos habían hecho con sus dedos. Frases de canciones, corazones, caras sonrientes, fechas... Cientos de huellas dactilares dejaban sus mensajes a su paso por la vieja estación.
Fuera, en el andén, la nieve caía sobre las vías.
Tomé asiento y el helador banco de piedra tardó en parecer cálido bajo mis piernas.
Frente a mí dormitaba bajo la tempestad un talgo de color azul, desvaído a causa del tiempo.
Los oxidados vagones habían permanecido inmóviles desde hacía más de treinta años.
Me parecía una locura, pasar tu vida viajando, uniendo y separando personas, dando cobijo a los solitarios, cargando con las lágrimas y los sueños de tantos, para luego, sin más,  morir así. Tan quieto y tan vacío. Tan lejos de los mapas, de los relojes ansiosos, de las maletas de piel, de los silbidos de partida. Tan lejos de los bostezos, de los libros de viaje y el ruido de las radios. Del humo de las pipas, de los brillantes zapatos y sus tropiezos en la escalera. Lejos del mar, de la montaña, de los abrazos, de los regalos de bienvenida, de los perdones de última hora... Lejos de los besos, de los pañuelos al aire, de los encuentros casuales, de las conversaciones entre desconocidos. Lejos de vagabundos, de magos y músicos callejeros.
Lejos, en resumen, de aquello a lo que damos el nombre de vida. Y es que para los trenes, al igual que para nosotros, morir es, al fin y al cabo, alejarse de ella. Llegar un día a una vieja estación y apagar, para siempre, nuestro cuerpo. Dejar que el frío entre y juegue silencioso sobre nuestra piel, de vagón en vagón, como hace el viejo talgo.
Mi abrigo de invierno comenzaba a escarcharse cuando sonó un lento traqueteo. A mi derecha avanzaba un tren procedente de Madrid, era rojo y en su interior brillaba una cálida luz anaranjada. En los cristales empañados había, garabateados por los viajeros aburridos, cientos de dibujos...
Las puertas se abrieron y la vida se bajó del tren.
Vino en forma de mujer con abrigo rojo y guantes negros, en forma de niños con manoplas y gorros de lana. Vino en forma de jóvenes enamorados, de anciano fumador, de hombre de negocios, de estudiante de francés, de directora de teatro. Trajo maletas, paquetes con lazos, una botella de anís, una cámara fotográfica, maquillaje, vestidos y zapatos caros, trajo perfume, una baraja de cartas y trufas. Corrieron, rieron, cerraron los botones de sus abrigos y se fueron.
El silencio regresó, el frío recuperó su fuerza, y solo las huellas en la blanca nieve revelaban que, en verdad, por ahí había pasado un remolino de vida, de vida breve, de vida que viajaba en un tren.

jueves, 11 de julio de 2013

Gracias J.

De veras... ¿No te cansas de verme sonreír?
¿Es que acaso no tiene fin tu indomable paciencia?
Empiezo a pensar que vives para que yo viva feliz. Que sueñas para despertarme con los pájaros de tu cabeza. Que cuidas el mundo para que yo disfrute con él.
A veces pienso que no quieres ver más allá porque para ti no existe aquello que no esté bajo la sombra de mis pestañas.
A veces pienso que soy el centro de tu pequeño universo. La causa de tus causas.
De veras... ¿No te cansas de darme motivos? ¿no te cansas de que me pase el día revoloteando a tu alrededor?
Soy inagotable cuando se trata de ti. Soy eterna cuando se trata de ti. Soy la mejor cuando se trata de ti.