'La poesía es un retrato sin pudor de los huecos que dejan las personas en nosotros'. MC

viernes, 25 de octubre de 2013

¿No os ha ocurrido nunca que alguien os habla demasiado de algo que ama, y al final termináis amándolo vosotros también?

Es un faro viejo en un peñón de un norte más viejo aún. De esos oscuros por el día y llenos de luz de estrellas por la noche.
Sus paredes blancas roídas por la sal hablan siempre de vientos y tormentas, y es común que la gente que pasa cerca, por casualidad, se pare a escuchar. Sienten miedo, frío y humedad, y piensan que la vida de farero debe ser una de las vidas más tristes y solitarias del mundo. Como si todos necesitásemos del ruido para ser felices.
Lo que nadie sabe es que allí una mujer da vida cada noche a una de las luces más antiguas y esperanzadoras de la historia.
Es una mujer de las que pocas quedan, que nada donde más cubre pues prefiere enfrentarse a los monstruos de verdad antes que a los imaginarios. Y que duerme cuando los demás viven, y vive cuando los demás duermen, pues está acostumbrada a hacer compañía silenciosa a todas aquellas mujeres de pescadores que esperan pacientes cada mes, cada día y cada hora a que la mar les devuelva lo que una primavera en un altar, juraron suyo para siempre.
Una mujer cuya vida nadie conoce y a la que parecen no importarle las habladurías, pues ha leído tantas novelas y tanta poesía que ya no se preocupa por diferenciar entre verdad y ficción. Qué más le da si su vida es un cuento, de esos que hablan de sirenas, se leen antes de dormir y  se arrugan entre las sábanas los lunes con prisa.
En fin, no sé si porque lo lleva en la sangre o porque se empeña en ello, pero a cualquier persona le resultaría imposible negar que a ella el mar le queda bien. Lo lleva escrito en sus ojos, en sus colores grises y en sus rutinas descansadas. Qué esperar de una mujer de esas con vestido todo el año, con camisón todas las noches, con abrigos largos sin capucha y sin paraguas bajo el brazo.
Sólo ella se despierta todos los domingos a las doce en una torre de piedra y cristal, con vistas a un Cantábrico que huele a verde y a azul, acostumbrada a que la gente que pasa por ahí, siempre lo haga de camino a otra parte. Gente que nunca podría imaginar lo feliz que es ella, con su viento y su humedad, viendo como la luz parte de los espejos de su faro, acaricia las aguas negras y da paz a los ojos marineros con deseos de pisar tierra firme.
Ella es algo así como un día sin guerra en el mundo. Sólo  llora cuando sus libros se lo piden, cuando las letras dibujan traición, o muerte, o incluso amor, y ya sabéis que llorar por mero amor al arte es como disparar flores.
En fin... Una mujer que entiende de alas que no vuelan y de cielos sin pájaros, que sabe que navegar es algo así como volar por el suelo y andar en el aire. Sí... para ella nadar es una mezcla entre ambos: no pisas tierra y en cambio puedes hacerte daño.
Y quién me creería si os dijera que ella enamoró al viento. Que él es constante en esas costas, porque en sus mapas de alisios y polares consta una parada obligatoria en su pelo. Parece una locura pero aún no he encontrado una explicación mejor...
Por eso las gentes piensan que la vida de farero es fría y solitaria. Porque no saben escuchar el viento, ni el mar que éste empuja rugiente contra las rocas.
Toda esa gente vive entre muros y por ese motivo no entienden lo que es la esperanza en el mar, cuando no hay horizontes y estás perdido, cuando tu vista se cansa de mirar siempre lejos. Allá donde no hay paredes que protejan de vientos, de tormentas, de bestias, de muerte y de otras gentes. Diferente a todas aquellas ciudades que creen que  mirar por una ventana es suficiente para entender el mundo.
Dicen y yo lo creo, que sólo los marineros saben en verdad lo que es la esperanza, los marineros y las madres y padres cuyos hijos enferman. Sólo ellos besarían todos los faros de todas las costas del mundo, y son los únicos que se acuerdan de que siempre hay alguien en alguna parte que lucha todos los inviernos y todas las noches por si acaso lo necesitasen.
Alguien como la mujer que habita el viejo faro. Que llena de olor a café todos los sábados la bahía y que cuenta cada fin de año los pies que el mar ganó a la tierra, como si nunca hubiese oído hablar de las nocheviejas con uvas, relojes y vestidos rojos. Como si hubiese hecho un pacto con el mismísimo océano, "me permitirás vivir a tus orillas y yo a cambio te contaré cuentos".
En fin, nadie más en el mundo parece conocer el nombre de la farera. Yo tampoco. Sólo sé lo que sabéis vosotros que es lo que el viento me cuenta a veces cuando camino cerca, allí donde el horizonte se parte y se hunde en el agua. Allí dónde muchos pasean y rezan, y se besan, y se tropiezan y se suicidan.
Yo sólo tengo un motivo para pasear  de vez en cuando, y es que al mar, allí, parece no importarle que una vez al mes la luna no salga. Es normal, si él ya tiene un faro, el último faro vivo en muchas millas de costas viejas. Es por eso quizás que sus aguas marcan ritmos diferentes, semejantes al mecer de una nana al son de las tormentas, pues es el faro algo así como los ojos de una madre, que nunca descansan.
Lo cierto es que hace ya bastante que procuro no escuchar al viento, él siempre habla de ella y de lo mucho que se enreda en su pelo.

¿No os ha ocurrido nunca que alguien os habla demasiado de algo que ama, y al final termináis amándolo vosotros también? Quizás es ese el otro motivo por el cual yo, día sí, y a veces día también, me acerco allá donde las tierras terminan a velar por la hermosa y solitaria farera.


MC.






lunes, 14 de octubre de 2013

Sol y frío.


El otro día viví una mañana de esas un tanto contradictorias.
Ya conocéis todos esa sensación extraña de frío y de sol propia de las mañanas de Septiembre. Esas primeras heladas que nos resignamos a aceptar, y que nos lanzan a la calle a luchar sin más armas que vestidos y mangas cortas, por un verano débil que ya huele a muerte. 
Era viernes y pese a que a todos nos costaba respirar sin dibujar nubes en el aire, las calles estaban llenas de vida.
Descubrí el porqué cuando al girar una esquina me topé con dos jóvenes que mendigaban. Uno tocaba la flauta travesera y el otro decía cosas bonitas a las mujeres que pasaban. 
Cómo no: la música y sus milagros, allá donde toca hace que todo tiemble y se sacuda, haciendo que los problemas y las tristezas se caigan uno a uno, donde menos te lo esperas, para que no puedas encontrarlos jamás. 
En fin, pensé: "si tu vida es viajar por el aire besando los oídos de la gente, qué mejor que llenar de veranos las calles frías del otoño".
Si ya lo dijo Platón: "La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo".

Seguí caminando y cuando pasé a su lado, uno de los mendigos que sostenía un sombrero viejo lleno de monedas de cobre, me saludó: "¡Buenos días!". 
"Buenos días" dije yo. 
Me miró serio y añadió: "¿Ni siquiera una sonrisa?" 
Y yo, como era inevitable, sonreí. 
"¡Ves amigo!" dijo el mendigo "Una sonrisa bonita ¡hoy hemos hecho fortuna!".

Admitidlo, después de ésto es imposible pensar que el mundo es una mierda.
O eso, o es que soy débil y me pueden las palabras bonitas. El caso es que seguí calle arriba con la sensación de que el verano había vencido y los calendarios tendrían que tragarse sus propias palabras. Como si de pronto todo tuviese un sentido justo.

Poco después, cuando apenas había pasado una hora, yo volvía por la misma calle. Sobre las mismas huellas pero al revés.
Doblé la esquina, para mi asombro la música se había callado. La gente iba con prisa pues se estaba preparando una tormenta. Y dónde antes había encontrado esa fuente de felicidad ahora había dos policías y dos mendigos con caras largas dando explicaciones, que seguramente, jamás les dejarían escribir y nunca nadie escucharía. 
Sentí que un torbellino frío me agarraba y me hacía odiar a aquellos policías. Mercenarios del Estado que preferían encarcelar artistas a encadenar a todos aquellos que día sí y día también nos roban a todos. 
En fin, cómo no pensar que el mundo es una mierda después de ésto. 
Otra vez me sentía inútil con mi vestido azul luchando contra el largo invierno. Él siempre ganaba.

Maldita sea, de nuevo me temblaban las rodillas, ¿cómo es posible que en una misma mañana el mundo se contradiga tanto? 
Y es que mientras los humanos tengamos esa manía de recorrer siempre los mismos caminos para sentirnos más seguros, será inevitable no volver a chocar con todos esos metales pesados que la música dejó caer cuando nos tocó y nos hizo temblar.
La felicidad había llegado tan rápido como las palabras abandonan los labios para hacernos volar por dentro, y se había ido con la misma destreza con la que los labios escapan del beso que no desean. 

Es curioso, siempre pensé que en las mañanas frías y soleadas de septiembre era difícil saber con certeza como debemos sentirnos. Para que luego digan que la relación entre nuestro estado de ánimo y la naturaleza es cosa de los tópicos literarios. Que vemos tormentas donde no las hay y soles donde nunca han existido. Pues mirad, creo que son esas contradicciones las que nos hacen vivir un poco más allá de los caminos conocidos.
Del mismo modo que es la injusticia la que nos hace imaginar todas esas leyes justas que aún están por escribirse. Y es la búsqueda de justicia la que, en el futuro, nos hará fundir los cañones y las armas del pasado para hacer con sus metales Victorias de Samotracia y Venus de Milos. 
He tenido amigos que han desconfiado de mí por decir que la mentira era necesaria para que existiese la verdad. Y me han odiado cuando han venido llorando pidiéndome ayuda y yo les he dicho que el dolor y la tristeza son necesarios si queremos que exista la felicidad.

No les culpo, forma parte de esta curiosa manera de vivir que he escogido. Yo no quiero convencer a nadie, pues el hecho de que haya personas que no estén de acuerdo forma parte de mi manera de entender el mundo. Pues yo pienso que todo debe ser así: un poco contradictorio. Como las mañanas frías y soleadas de Septiembre.


M.C.




jueves, 3 de octubre de 2013

Fin. Sin despedirse.

¿Qué hacer con el amor cuando se rompe?
Si nos pasamos la vida haciendo de sus misterios un diccionario de títulos sin explicación.
Elevando con sus avatares un castillo sagrado, que al fin y al cabo: si soplas, se va.
Pues amor llamamos a todos esos trocitos de papel que rasgamos de los libros de poesía.
Amor es las ganas que teníamos de comernos todo. El mundo también.
Y ahora que parece que todo acaba... ¿qué es de toda la piel que le prestamos al amor cuando tenía frío?
¿Qué es de todo el tiempo que gastamos en pensarlo? Porque el que gastamos en hacerlo ya sé yo que ahora ha vuelto: en forma de recuerdos que duelen y de olores que no se van.
Porque yo sé que es imposible enamorarse sin hacer himnos, y como el primer amor nunca es el último: es imposible vivir sin quemar banderas viejas.
Igual que hay palabras que roban besos y palabras que roban bofetadas, hay personas que nos roban tiempo y nos hacen viejos y personas que paran el tiempo y nos hacen la vida.
Así que una vez entendido que "siempre" dura lo que duramos tú y yo, a veces cuando nos quedamos dormidos, hemos de admitir que del amor sólo entendemos sus metáforas.
Pues nos convencemos de que el corazón y la cabeza han de luchar para entender la pasión sin que nos duela, y nos arrastramos por el campo de batalla, que es su cama, para creerlo más, cuando al final toda esta guerra se debe a que tememos la verdad: todo es pensamiento.
Ya que la posibilidad de enloquecer nos acobarda, pues si el amor fuese hilado en nuestras cabezas el mundo se desbarataría: el amor es loco y la mente es razón, y la razón y sus dogmas de los que hemos hecho imperio, no serían más que pecas en las mejillas del universo.
Por eso nos medicamos pensando que  es cosa del corazón.
Del mismo modo que acusamos al olvido de imposible y en el fondo es que nadie quiere olvidar.
Y ahora que el amor se ha roto, de esta manera tan cruel  -porque el amor no puede romperse de una forma hermosa- te parece que nada funciona.
Porque realmente a uno le cuesta creer que el universo pueda acabarse con esa fragilidad, con ese gesto tan injusto y tan breve, como quien dice: Fin. Sin despedirse.
¿Recuerdas cuando el amor hacía que le dijeses: "Tú eres mi idioma"?  Ahora ves como amando, uno tiende a abandonarse a si mismo. Y como todos sabemos eso de estar en ruinas es peligroso, casi tanto como soñar más de la cuenta.
Pues lo cierto, es que muchas veces el amor se parece bastante a la suerte: que sólo está de paso.
Pero yo sé que nada de esto vale cuando me miras, y tus ojos llenos de experiencias fallidas y de vejez me preguntan: ¿qué hacer con el amor cuando se ha roto?
Como si yo a mis dieciocho lo supiese    t o d o.
Y es que a mi también me duele el mal ajeno, porque aunque no sé que hacer con el amor cuando se ha roto si sé decirte que creo en la reencarnación: creo  que nos pasamos la vida naciendo y que el amor es una forma de nacer de dos en dos.
Y aunque no he vivido ni la mitad que tú, sé también: que es difícil querer vivir viendo como tu mitad, esa que nació un día contigo, muere para nacer lejos de ti.

Me miras y siento que mi diccionario sea joven y que aún no entienda de ganas de morir, siento haberme saltado los versos tristes de los libros sabios, siento no poder hablar más con la boca que con los ojos...
Siento que tu amor se haya roto así.


Para  R. Aunque sé que jamás me leerás y que quiero que siga siendo así.
MC