'La poesía es un retrato sin pudor de los huecos que dejan las personas en nosotros'. MC

lunes, 14 de octubre de 2013

Sol y frío.


El otro día viví una mañana de esas un tanto contradictorias.
Ya conocéis todos esa sensación extraña de frío y de sol propia de las mañanas de Septiembre. Esas primeras heladas que nos resignamos a aceptar, y que nos lanzan a la calle a luchar sin más armas que vestidos y mangas cortas, por un verano débil que ya huele a muerte. 
Era viernes y pese a que a todos nos costaba respirar sin dibujar nubes en el aire, las calles estaban llenas de vida.
Descubrí el porqué cuando al girar una esquina me topé con dos jóvenes que mendigaban. Uno tocaba la flauta travesera y el otro decía cosas bonitas a las mujeres que pasaban. 
Cómo no: la música y sus milagros, allá donde toca hace que todo tiemble y se sacuda, haciendo que los problemas y las tristezas se caigan uno a uno, donde menos te lo esperas, para que no puedas encontrarlos jamás. 
En fin, pensé: "si tu vida es viajar por el aire besando los oídos de la gente, qué mejor que llenar de veranos las calles frías del otoño".
Si ya lo dijo Platón: "La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo".

Seguí caminando y cuando pasé a su lado, uno de los mendigos que sostenía un sombrero viejo lleno de monedas de cobre, me saludó: "¡Buenos días!". 
"Buenos días" dije yo. 
Me miró serio y añadió: "¿Ni siquiera una sonrisa?" 
Y yo, como era inevitable, sonreí. 
"¡Ves amigo!" dijo el mendigo "Una sonrisa bonita ¡hoy hemos hecho fortuna!".

Admitidlo, después de ésto es imposible pensar que el mundo es una mierda.
O eso, o es que soy débil y me pueden las palabras bonitas. El caso es que seguí calle arriba con la sensación de que el verano había vencido y los calendarios tendrían que tragarse sus propias palabras. Como si de pronto todo tuviese un sentido justo.

Poco después, cuando apenas había pasado una hora, yo volvía por la misma calle. Sobre las mismas huellas pero al revés.
Doblé la esquina, para mi asombro la música se había callado. La gente iba con prisa pues se estaba preparando una tormenta. Y dónde antes había encontrado esa fuente de felicidad ahora había dos policías y dos mendigos con caras largas dando explicaciones, que seguramente, jamás les dejarían escribir y nunca nadie escucharía. 
Sentí que un torbellino frío me agarraba y me hacía odiar a aquellos policías. Mercenarios del Estado que preferían encarcelar artistas a encadenar a todos aquellos que día sí y día también nos roban a todos. 
En fin, cómo no pensar que el mundo es una mierda después de ésto. 
Otra vez me sentía inútil con mi vestido azul luchando contra el largo invierno. Él siempre ganaba.

Maldita sea, de nuevo me temblaban las rodillas, ¿cómo es posible que en una misma mañana el mundo se contradiga tanto? 
Y es que mientras los humanos tengamos esa manía de recorrer siempre los mismos caminos para sentirnos más seguros, será inevitable no volver a chocar con todos esos metales pesados que la música dejó caer cuando nos tocó y nos hizo temblar.
La felicidad había llegado tan rápido como las palabras abandonan los labios para hacernos volar por dentro, y se había ido con la misma destreza con la que los labios escapan del beso que no desean. 

Es curioso, siempre pensé que en las mañanas frías y soleadas de septiembre era difícil saber con certeza como debemos sentirnos. Para que luego digan que la relación entre nuestro estado de ánimo y la naturaleza es cosa de los tópicos literarios. Que vemos tormentas donde no las hay y soles donde nunca han existido. Pues mirad, creo que son esas contradicciones las que nos hacen vivir un poco más allá de los caminos conocidos.
Del mismo modo que es la injusticia la que nos hace imaginar todas esas leyes justas que aún están por escribirse. Y es la búsqueda de justicia la que, en el futuro, nos hará fundir los cañones y las armas del pasado para hacer con sus metales Victorias de Samotracia y Venus de Milos. 
He tenido amigos que han desconfiado de mí por decir que la mentira era necesaria para que existiese la verdad. Y me han odiado cuando han venido llorando pidiéndome ayuda y yo les he dicho que el dolor y la tristeza son necesarios si queremos que exista la felicidad.

No les culpo, forma parte de esta curiosa manera de vivir que he escogido. Yo no quiero convencer a nadie, pues el hecho de que haya personas que no estén de acuerdo forma parte de mi manera de entender el mundo. Pues yo pienso que todo debe ser así: un poco contradictorio. Como las mañanas frías y soleadas de Septiembre.


M.C.




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