'La poesía es un retrato sin pudor de los huecos que dejan las personas en nosotros'. MC

jueves, 5 de septiembre de 2013

Que la vida del poeta es solitaria, que sí.

Nos conocimos a las siete de la tarde, un viernes lluvioso.
A las once, nos besamos, y a las tres me dijiste que dudabas de mi fidelidad, que mis versos te descolocaban las faldas y las lágrimas, las dudas y el dolor.
Me pediste que te hablase de mis musas, que te explicase el porqué de mi debilidad.
Lo que tú no entendiste es que yo escribía a la vida porque sí. Porque mi papel en el mundo era ese, y el tuyo: estar lejos de mí.
Que la vida del poeta es solitaria, que sí.
Que aunque lo parezca no amamos más que el resto, simplemente, nos atrevemos a escribir.
Y diste un portazo con los ojos, de esos que en los recuerdos no suenan.
Me dijiste que temías la muerte, y que querías ser eterna.
"Por supuesto, ¿qué mejor solución? ser amante de poeta".
Sólo querías romper mi vida, mi rutina de calles mojadas. Sólo querías que yo escribiese sobre ti, sobre la forma en que colocas los dedos cuando fumas, sobre tus manías al dormir.
Querías verte escrita, para no morir nunca, querías cumplir tu setecientos cumpleaños enamorando universitarios en todas las bibliotecas de Madrid.
No entendiste, que la muerte es cosa de todos. Que vivir como las musas es una batalla campal entre los celos, los domingos y las teclas. Y me pediste que quemase a todas mis reinas, que si había lugares en el universo estaban en ti, que si había sentimientos me los ibas a dar tú.
Me prometiste que morderíamos todos los vasos de todos los bares de la ciudad, que no habría tiempo para días catorces, ni para orgullo, ni para abrigarse a la hora de salir.
Me juraste que siempre me recordarías, que yo también iba a ser eterna porque tú les hablarías de mí.
Y ahora que sé que tú no morirás en ninguna de mis poesías, que vivirás para siempre colgada en los labios de la gente, entonces, como el portal que guarda las huellas de la lluvia seca de las noches sin abrigo, yo, vuelvo a ser poeta.
Solitario, de los de verdad. Un recuerdo más, eterno en las letras de todas aquellas musas que jamás podrán  hablar de mí.
Fue entonces cuando le temí a la muerte y me juré disimular todo lo que pude: la lírica, la retórica, los ritmos suaves y las comas.
Dos meses después le conocí, era sábado y hacía sol. Tuve suerte porque era poeta. Sí,  una de esas personas que llevan el mundo colgado en los ojos, que no saben irse sin hacerte sonreír. Le dije que temía a la muerte, y que quería ser eterna.
Fui su musa. Brindé en todas sus letras, y escribió sobre mi forma de llegar tarde, de pedir perdón. Sobre mis mentiras y mi curiosa manera de doblar las sábanas.
Pronto supe que jamás moriría, que las teclas serían para siempre los latidos de mis otras vidas.



M.C.

No hay comentarios:

Publicar un comentario