Soy víctima irremediable.
Al mínimo revuelo me deshago
en sentimientos.
Aquello que dicen de sentir a
flor de piel abandona sus fronteras y se filtra en mí, creciendo como un
jardín, por todos mis rincones.
Y ahora que llega el otoño y
que parece que la vida pasa más despacio, me atrevo a gastar unas letras más de
nuestros momentos.
Te sonará divertido pero,
cada vez que veo un coche rojo pienso en ti.
¿Por qué? Si las carreteras
están sucias y nunca conduces tú.
“Por qué” es mi pregunta
favorita, curiosamente es la única que no suele tener respuesta.
Y es que yo ya no sé si he dejado de pasear, o he empezado a
hacerlo con los ojos cerrados. Todo por evitar recordarte.
Pero qué hermosa era la vida
cuando funcionaba entre los lunes y los viernes, qué perfecta cuando nos
encontrábamos los sábados, por ahí.
Qué difícil hoy, admitir, que
mis semanas terminan los jueves, en un barrio viejo, en otra ciudad, lejos de
ti.
Ojalá algún día me sorprendas
en uno de mis paseos a ciegas.
Sé que en ese momento te reirás,
con la risa de quien espera algo más. Y me mirarás, como siempre, con la mirada
de quien contempla su reino devastado.
Te diré que mi vida va bien.
–A veces, cuando no me acuerdo de ti-
Que, como ya sabrás, Madrid
es muy grande y aún me pierdo.-Si supieses la cantidad de coches rojos que hay,
y lo difícil que es contarlos cada día-
Sé que nos encontremos un
sábado, y tú compartirás tu paraguas conmigo. Ya sabes que yo no suelo usarlo.
En fin, malditos paseos bajo
la lluvia.
No sé si para bien o para
mal, no habrá muchas palabras que decirse, así que nos despediremos pronto.
Como quien escapa de París ardiendo, con la sensación de que el mundo se cae
hacia el techo, otra vez.
Y es que ya me da igual si
nos encontramos bajo la lluvia o el sol. Yo solamente quiero, que estés solo.
Sin manos cogidas, ni planes, ni restos de otro cuerpo en los labios.
Si tu supieras con que
nitidez recuerdo aquellos días en los que solía emborracharme para caminar por
tu espalda, pues el alcohol era la excusa perfecta para poder hacer el camino
dos veces.
Si me hubieses dejado
despierta, aquellas noches en las que asomaba la barbilla a la ventana
estrellada de tus ojos, habría podido escalar, sin más cuerdas que las de tu
pelo, las cumbres frías de tu orgullo, tu costumbre y tu libertad.
Porque yo sé, que si me
hubieses dejado un poco menos de espacio en la cama, hoy serías tan feliz como
yo cuando me miras.
Y es que no te imaginas como
me cuesta hablar de ti sin perderme en los silencios, sin inventar tu vida
entre letra y letra.
Si lo supieses, quizás, no te
importaría tanto tomar algo el jueves conmigo.
Sin compromisos ni
puntualidad, ni lugar fijo en el mundo. Pues cómo íbamos a encerrarnos en un
bar, aquí, si la mejor cerveza la sirven en el norte. Cómo arriesgarme a no ir
al sur y quedarme con las ganas de decirte: “qué hermoso queda el sol en tus
pestañas”.
En fin, tantos planes –miles-
para tan pocas posibilidades –una entre un millón-
Y como estamos en otoño y
parece que la vida va más despacio, hasta la lluvia cae a un ritmo diferente,
me estoy atreviendo a pasear con los ojos abiertos, perdiéndome.
Pues sé que algún día podré
hacerte reír diciendo: “Madrid es muy grande, y aún me pierdo”.
Una vez más soy víctima irremediable.
Maldita la ciudad y sus paseos entre coches rojos.
Maldito tú
y tus atentados en mí.
M.C.