'La poesía es un retrato sin pudor de los huecos que dejan las personas en nosotros'. MC

jueves, 14 de agosto de 2014

Otra vez doce de agosto.





He pasado varios días encerrada en mi jardín, sin salir, sin visitas, por eso de que prefiero sentirme sola en soledad que sola acompañada.
Incluso ha sido otra vez doce de agosto, el cumpleaños de mi abuelo, y he vuelto a llorar, por eso de que desde que él no está parece que todo se haya roto. La familia es una casa en ruinas, los más pequeños hemos dejado de creer en lo que no vemos, las dudas son un puzzle al que le faltan todas las piezas de las respuestas e incluso algunos hemos empezado a vivir con la tristeza de quien se arrepiente de no haber aprovechado más el momento. Todos los días pienso, que lo único bueno que dejó al irse fue el recuerdo y lo fácil que es hablarle ahora que habita todos los lugares y todos los momentos.
Así que aquí he estado, sola en soledad.
Contándole a los pájaros que este verano
los días de sol
parecen un cementerio de juguetes
                                  y aún así sonrío.
Porque todo lo que se rompe tiene un algo que me gusta.
El picaporte chirriante. La pared agrietada. El vestido rasgado. Los corazones traicionados que aman despacio. Los poemas arrugados en la papelera. La mina partida del lápiz que deja un piquete en la mesa. Las mariposas viejas con agujeros en las alas. Las cometas usadas. Los barcos después de las tormentas. Las bombillas fundidas.
En fin.Me gusta.
De hecho, hoy mientras desayunaba he cumplido con un antiguo ritual, el de estrellar un vaso de cristal contra el suelo.
Lo he hecho tantas veces que ya conozco cada etapa del suceso a la perfección.
Primero pierdes el control del vaso y el corazón se salta un latido paralizándote durante unas milésimas de segundo. Después las caras de los presentes cambian. Susto, enfado, risas. Y después, mi parte preferida, el chasquido que anuncia la embestida del cristal contra el suelo. El primer contacto y la grieta principal. El segundo contacto y las paredes del vaso son esquirlas unidas por la tensión contenida. Y el tercer contacto, la explosión de miles de brillantes cristales, el rugido del vidrio arañando las baldosas y la extinción del vaso.
Ha sido precioso, aunque era de los de cristal grueso. Una lástima.
Al final el suelo de mi cocina parecía un campo de batalla abandonado. Ruinas. Silencio. Dos gotas de sangre  bajo mi rodilla hablaban del alcance del suceso.
Me gusta el silencio que queda después de las batallas.
Mi conclusión ha sido que la despedida del vaso es triunfal. La nuestra en cambio... da bastante pena. La mayoría nos marchitamos poco a poco en una cama, o simplemente dejamos de respirar de golpe con un soplido ronco de nuestros pulmones.
No hay brillantes saltando por los aires, ni esquirlas plateadas unidas porque sí. No hay extinción de nosotros mismos en un chasquido, sino descomposición lenta y oscura.
Por eso me gusta todo lo que se rompe. Y lo bonito de la tristeza que queda detrás de ello.
Por eso he decidido
que cuando llegue el momento
me volatilizaré,
como el vaso de cristal que se estrella contra el suelo llenándolo todo de brillantes. Para siempre.

MC.

3 comentarios:

  1. He podido ver ese pobre vaso haciendose añicos contra el suelo, va a ser bonito cuando explotes.

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  2. Me has emocionado recordándome a mi abuelo.
    Un beso!

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