Hoy me he despertado pesando
en Madrid contigo. En los bailes de la taberna verde, en los paseos y las
promesas de Gran Vía, en los besos de los bancos del retiro, en los chapoteos
de Cibeles a las cinco de la madrugada y en los viajes a lomos de los leones
del congreso.
Me he imaginado las primeras
luces del día, tras una de esas noches sin estrellas, y tu cara de sueño
pidiéndome una tregua, diciéndome: yo ahora lo único que quiero, rubia, es
dormir contigo. A tu lado.
Y sí, lo sé. Para despertarte
con el sol y la cabeza apoyada en mi cintura, para contarme que no sabes muy
bien si has soñado que yo dormía a tu lado o que, simplemente, has pasado la noche siendo incapaz
de cerrar los ojos ante mi luz.
Hoy estoy escribiendo y es
martes, fíjate, un día cualquiera. Ni es domingo, ni llueve, ni el mundo parece
un collage de fotografías y postales viejas, ni siquiera mis sábanas parecen
las ruinas de una historia bonita. Y como en todos los días esos que no tienen
título, que están en blanco en los calendarios, yo me he levantado con la
mirada perdida en el aire, los pasos a ritmo de acordes desordenados y la
estúpida sensación de que, otra vez, me estoy enamorando.
Otra vez. Sí…
Como si pudiese dejar de
hacerlo.
Me siento tan débil a veces.
Tan dependiente. Tan expuesta a los
golpes. Que hasta me doy un poco de pena y noto que el cariño se me vuela y que
no voy a saber muy bien qué decirte cuando te vea. Que a ver si esto de querer
todo tanto me va a desgastar el amor y luego… luego no sé si voy a querer vivir
sin él.
Hoy es una de esas veces, una
de esas en las que te pesa tanto el agua del corazón que sientes que te vas a
caer de lado. Pero ya me conoces y por eso sabrás que no me importa, porque hoy me he despertado pensando en Madrid
contigo. En las ganas de visitar tu
barrio, de abrirte las cortinas para que los vecinos nos vean la sonrisa, de
tender mi ropa interior en tus cuerdas y de que me lleves a cenar pasta y
cerveza a tu azotea.
Imagínate el cuento, no tenía
final porque no veía el momento y por eso ha sido una buena forma de empezar el
día. Y ¿sabes qué es lo mejor? Que después ha aparecido mi madre por la puerta
y me ha preguntado que a qué se debía mi cara de felicidad.
Y entonces… entonces, lo he
entendido todo.
Todo.
Que yo me quise quedar
contigo porque tú decías que la vida era corta y que por eso había que saber
vivir despacio, y ahora sí: que enamorarse todos los días de tu vida no es una
forma de gastar el tiempo, solo es la mejor excusa para poder decir que lo
vivimos. Y eso, eso hace que un contigo sea un conmigo y que no queramos nada más.
MC
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