'La poesía es un retrato sin pudor de los huecos que dejan las personas en nosotros'. MC

viernes, 16 de agosto de 2013

La vida es ese tiempo que pasamos creyendo en la muerte.

A dónde va la vida tan llena de paradojas y de cuentos mal leídos.
Ya es hora, ¿no? de que nos enseñe en verdad cuales son sus intenciones. Qué esconde tras su cara bonita, bajo sus tacones alegres. Qué es eso que se pasa el  día fumando y que nos llena los pulmones de aire muerto, de aire muerto que nos da la vida.
Qué se piensa, si nacemos creyendo en la muerte. "Es lo normal, a todos nos llega". Y en cambio, ninguno nace entendiendo, ni siquiera creyendo en una mera teoría acertada, ni mucho menos convincente, acerca de dicha señorita desaliñada.
Si al fin y al cabo: la vida es ese tiempo que pasamos creyendo en la muerte.
Esos años, más o menos, que pasamos preguntándonos "¿qué te llevarías a una isla desierta?", "¿qué deseo pedirías a un genio que no te da más de una oportunidad?". Y que la mayoría pasan respondiéndose con cosas meramente inútiles y limitadas...
¿En serio, a nadie se le ha ocurrido nunca responder "la vida"?!
Como si pudiésemos prescindir de ella, de sus manías, de todo aquello que nos da, de todo aquello que necesitamos para creer en la muerte: Las personas.
Porque todos conocemos a alguien que ya no está, que sabemos que no va a estar jamás. Nunca. Y que en cambio sabemos con total certeza que estuvo, porque le tocamos, le vimos, le hablamos.
Inmediatamente te colocas en su lugar, "mi hora llegará", pensamos, como quien habla del tiempo en un ascensor.
La muerte, esa muerte que procuramos fotografiar en nuestra mente de la manera más natural. En el fondo es como esas personas que nos  traen locas, para bien y para mal. Esas que no sabemos por donde coger, si por los pelos o por la cintura. Se nos escapan, o son más de lo que imaginamos, o menos de lo que les atribuimos.

He aquí, la vida y sus manías. La ves tan libre, tan fugaz, tan llena de posibilidades, con sus faldas cortas de colores, con sus labios finos llenos de secretos, y te preguntas a ti mismo: "¿Qué te llevarías a una isla desierta?"
Tonto, admítelo. Se te van los ojos tras esas piernas largas. Tras esas promesas llenas de azúcar glas. Tú, al igual que yo, te llevarías la vida, la tuya propia. Con tu mundo y todo aquello que la forma.
Si, al fin y al cabo, la vida es como un mar lleno de islas desiertas. En su interior rebosan maletas rotas llenas de mundo. A sus alrededores caminan en silencio numerosos viajeros cuyos equipajes se extraviaron por el camino.



M.C.




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